En muchos países del Mediterráneo (especialmente en la zona
noroccidental) nos hemos acostumbrado a tener toda clase de fruta
durante todo el año. Esto es posible gracias a dos fenómenos
principales: el desarrollo de nuevas variedades que dan fruto en los extremos de las temporadas, llevado a cabo por las
empresas semilleras, y
la importación de fruta de contraestación, que es aquella que viene de
los países del hemisferio sur.
Sin embargo, los argumentos de salud y de mayor oferta para el
consumidor que justifican el actual modelo de producción, distribución y
consumo abren un importante debate, pues este modelo es
cuestionado desde diferentes ópticas. El gasto energético y la
contaminación asociada al transporte de estas frutas, los mayores
intervalos de tiempo entre la cosecha y el consumo, el mantenimiento en
cámaras frigoríficas, etc. son factores que afectan no sólo a la
calidad de la fruta, sino al modelo
económico que se potencia y a los impactos económicos y sociales que
éste tiene.
Las frutas que el medio ofrece en cada momento están adaptadas a las
necesidades fisiológicas que tenemos en las distintas estaciones; por
ejemplo, en invierno, frutas más cálidas y con propiedades antisépticas y
antimucolíticas, y en verano, frutas más jugosas y frescas. Además,
comer lo que nos ofrece nuestro entorno potencia un modelo económico local
y favorece la soberanía alimentaria. En nuestra región mediterránea
tenemos la suerte de tener una gran variedad y riqueza de frutas a lo
largo de todo el año. Tengámoslo en cuenta a la hora de consumir, sobre todo
sabiendo que existe consenso en que la mejor fruta es la de temporada.